La pandemia causada por el Covid-19 y el confinamiento al que nos hemos visto obligados a raíz de esta, ha cambiado muchas cosas de nuestra vida cotidiana, nuestras rutinas y nuestras relaciones sociales.
Las restricciones de movilidad y de interacción con otras personas no convivientes son a la vez consecuencia y efecto, e indudablemente han afectado a todos los ámbitos de nuestra vida, a nuestro comportamiento, salud y percepción del mundo en general.
El confinamiento ha sido una medida imprescindible para afrontar la pandemia, tratar de frenar los contagios y salvar vidas, pero prácticamente un año después se puede afirmar que ha tenido un impacto negativo sobre el conjunto de la sociedad mundial y sobre las personas en particular, cuyos efectos ya han sido objeto de estudio e investigación.
Las consecuencias del confinamiento interfieren a grandes rasgos en la calidad de vida de todas las personas pero concretamente afectan en 3 ámbitos: la salud mental, la salud física y la economía.
Ámbito psicosocial
El impacto psicológico que ha producido el confinamiento está íntimamente relacionado con el aislamiento al que nos hemos visto forzados.
Los seres humanos somo una especie social y la interacción con los demás es una parte fundamental de nuestra vida, ya que nuestro cerebro está preparado para ello y sufre cuando se ve privado de ese tipo de relaciones.
La pandemia nos ha enseñado que vivimos en comunidad, en interacción constante, y que la acción de un individuo tiene impacto en los otros.
Esto también ha motivado algo positivo, el desarrollo de la empatía hacia los demás: aumento del número de voluntarios, espontáneas ayudas en el vecindario, el aplauso de las 20:00 horas a los sanitarios, etc.
Centrándonos en lo negativo, la salud mental es la pieza clave que más se ha visto afectada como consecuencia de la pandemia, no solo por los cambios en el estilo de vida, sino por el propio miedo a la enfermedad, por la incertidumbre, por el impacto de las cifras de contagiados y fallecidos, etc.
La pandemia por Covid-19 ha provocado una excesiva sobreinformación diaria de noticias alarmantes que provocaban temor, soledad y amenaza.
En términos generales, la sociedad ha experimentado un aumento de los niveles de estrés, de sentimientos de ansiedad y depresión, y una mayor frecuencia de episodios de irritabilidad, frustración, preocupación, tristeza o malestar.
Hay muchas formas de afrontar el confinamiento, pero en todos los casos ha supuesto tener que salir de nuestra zona de confort y adaptarse a nuevas circunstancias.
El primer cambio fundamental ha sido pérdida de libertad; esto en sí mismo ya es un factor negativo, pero debemos sumarle la conciencia de que esa privación se da porque existe un riesgo grave para nuestra salud, riesgo que también afecta mentalmente.
Nos hemos encontrado en una disyuntiva entre el deseo de volver a la normalidad y el riesgo epidemiológico que sabemos que existe.
Por otra parte, el confinamiento y posteriormente las medidas restrictivas que se han ido aplicando generan cierta frustración, incertidumbre y desmoralización, porque no es posible establecer un límite en el calendario ni visualizar un final real o próximo para esta situación y esto es mucho más traumático.
Uno de los sectores más perjudicados de la sociedad han sido las personas de avanzada edad.
Son los más vulnerables ante el virus, por lo que deben ser los más cuidadosos para evitar contagios.
Esto genera más miedo y a la vez favorece un mayor aislamiento motivado por ese temor y por las medidas aplicadas en la desescalada, que fueron mucho más restrictivas con los más mayores, sobre todo con aquellos que vivían en residencias.
Ámbito físico
El confinamiento domiciliario, con la única posibilidad de salir para actividades imprescindibles y la limitación horaria han obligado a cambiar nuestro estilo de vida y han alterado por completo nuestro ritmo biológico.
Las rutinas, laborales, sociales y personales, son necesarias para nuestro organismo y el descontrol, sumado a los niveles de estrés y a la falta de libertad, nos afecta en todos los sentidos.
Una de las consecuencias directas de la inactividad física es el trastorno en los patrones del sueño, ya que muy frecuentemente las personas han experimentado problemas para dormir, insomnio o somnolencia diurna.
Una baja calidad del sueño deriva en otros problemas como el agotamiento físico, el bajo rendimiento o la fatiga crónica.
Una vez más, las personas de edad avanzada han sido las más perjudicadas, pues la falta de socialización y de estimulación han propiciado un aumento del deterioro cognitivo.
Del mismo modo, han visto afectada su movilidad y las patologías musculares, articulares y cardiovasculares por la reducción de la actividad física.
Ámbito laboral y económico
La pandemia, y el confinamiento derivado de esta, han supuesto cambios drásticos en la actividad laboral, y en consecuencia en la economía mundial.
Esos cambios han sido fundamentalmente dos: el cese de la actividad laboral y el “teletrabajo”.
Partiendo de la base de que no es posible desarrollar todas las actividades desde casa, ha habido muchas personas que han perdido su empleo, han tenido que cerrar sus negocios o que recurrir a ERTES.
Desde la declaración del Estado de Alarma una de las máximas preocupaciones de la sociedad ha sido la economía en general, la falta de expectativas laborales y el temor de una crisis a nivel mundial, cuyos efectos se verán en los próximos años.
Por otro lado, los ERTES y el “teletrabajo” derivan en otras situaciones complicadas como pueden ser el aburrimiento y el sedentarismo, en aquellas personas que han tenido que interrumpir su actividad o, por el contrario, en los casos de “teletrabajo”, dificultad en las tareas telemáticas, ausencia de compañeros en los que apoyarse, una mayor carga de trabajo y responsabilidades, etc.
El hecho de no tener que desplazarse al lugar de trabajo puede verse como un aspecto positivo, pero va ligado a la ausencia de rutinas a la que nos referimos anteriormente, con los consiguientes problemas en los que esta puede derivar.