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La práctica de atrasar 60 minutos el reloj en invierno y adelantarlo en verano es común en la mayoría de países europeos y Norteamérica.
El ahorro energético es la razón por la que se realiza este cambio horario, pero desde la perspectiva de la salud, el cambio de hora supone un trastorno inesperado y brusco en la rutina de sueño y actividades a los que nuestro cuerpo está habituado.